31 may 2006

El hombre como síntesis del universo

(fragmento)

En los albores de este nuevo siglo nos encontramos padeciendo las consecuencias de una civilización caduca. El hombre de hoy, el hombre de los tiempos modernos se encuentra inmerso en el más profundo ensueño, y eso parece alimentar el hecho de que en efecto, si algo somos ahora, es unos auténticos primitivos modernos.

Este siglo XXI con toda su espectacularidad, guerras, prostitución, sodomía mundial, degeneración sexual, contaminación, crueldad exorbitante, etc., etc., etc., es el espejo en que debemos mirarnos; no existe razón de peso como para jactarnos de haber llegado a una etapa superior de desarrollo.

Redefinir los postulados científicos es una tarea impostergable, hacer conciliar los principios bajo los cuales la religión ha caminado por tantos siglos, y con los que la ciencia ha descubierto, es uno de los esfuerzos que más vale la pena desarrollar. El eterno conflicto entre lo material y lo espiritual está asentado no sólo en las páginas de la historia; forma parte de las inquietudes básicas de nuestra vida. Sin embargo lo imperante es la discriminación entre lo parcialmente cierto y lo universalmente necesario. De esta manera la motivación de este análisis se resuelve por sí sola.

Partamos del hecho de que los fenómenos en modo alguno coinciden exactamente con los conceptos formulados por la mente. Cuando intentamos inferir conceptos al observar tal o cual fenómeno, de hecho dejamos de percibir la realidad del fenómeno y sólo vemos en el mismo el reflejo de las teorías y conceptos superpuestos que en modo alguno tienen que ver con el hecho observado.

La creencia de que la naturaleza se encuentra bajo una dirección inteligente no es absolutamente exacta. La famosa teoría de la evolución de Darwin propone que el polvo se convirtió en aminoácidos que se transformaron en células vivientes que evolucionaron en sentido ascendente a través de un proceso gradualmente cambiante, hasta la actual forma elevada del Homo Sapiens, el ser humano moderno. Esta teoría – y es preciso señalar que se trata de una teoría, no de un hecho comprobado- pertenece primordialmente a los aspectos materiales de la vida, de ninguna manera toca o toma en cuenta los aspectos espirituales. Pero podemos ver, no obstante, que deja abierta la posibilidad de que se continúe en sentido ascendente hasta llegar a una evolución material todavía más elevada del hombre. Es quizá en este aspecto de la evolución en el que estaba acertado Darwin, pero falló al orientarlo hacia el origen material del hombre.

El materialismo, como una de las pautas esenciales del armamento científico, ha procedido a rechazar el estudio e incluso a negar la existencia de una dimensión espiritual en el hombre. La ciencia materialista ha intentado crear medios eficaces para aliviar las formas de sufrimiento más obvias –las enfermedades, la pobreza, el hambre-, pero ha hecho muy poco para alcanzar la realización interior, una verdadera satisfacción emocional, y menos aún, por discernir a una disciplina filosófica de origen.

No es muy preciso comentar Occidente, pues forma parte de nuestra cotidianeidad; la ciencia occidental sólo reconoce como reales a aquellos fenómenos que pueden ser observados y medidos objetivamente. . En contraste, las filosofías espirituales de las grandes culturas antiguas y orientales consideran a la conciencia y la inteligencia creadora como atributos primarios de la existencia, a la vez inmanentes y trascendentes del mundo fenoménico. La diferencia crítica entre ambas se halla en sus respectivas ideas acerca de la naturaleza humana.

Tampoco podemos ignorar el hecho de que en la actualidad, existen muchas vertientes que intentan religar al hombre con sus aspectos más divinales, más espirituales, como la llamada Nueva Era. Pero estas tendencias falsean en la extravagancia de sus prácticas y la alteración original de sus causas. Por lo que lejos de convertirse en senderos de análisis, corrompen y propician confusión, una transculturación sin fundamento (podemos incluir a la denominada cultura-pop). Parece que vemos silenciosamente a la espiritualidad formar parte del catálogo de las grandes empresas y de los negocios del diario vivir. Los textos torales son puestos en boca del dominio público y con ello subestimados y simplificados, por citar algún ejemplo.

Pero los modelos perennes son esencialmente distintos. Más la condición no es exclusivamente espiritual, también incluye los aspectos evidentes de lo cultural, lo económico, político, ético, moral, incluso teleológico. Lo cierto es que nos encontramos con derivaciones de un problema crítico del quehacer filosófico. Convoca a la hilaridad que la incomprensión de nuestra relación universal nos haga muy difícil hablar al respecto, ya que de entrada un uso riguroso del lenguaje nos lleva a las primeras confrontaciones, lejos aún de la relevancia del discurso.

Sea tal vez sea que el hombre per se esté predestinado inevitablemente a languidecer en los fríos entramados del tiempo?. La pregunta inevitable sería: ¿qué hacer?

Debe ser que algún fin supersubstancial encierre toda ésta existencia, todo este drama, este sufrimiento; porque, retomando a Artur Schopenhauer inspirándose en el budismo clásico: Si nuestra existencia no tiene por fin inmediato el dolor, puede afirmarse que no tiene ninguna razón de ser en el mundo. Porque es absurdo admitir que el dolor sin término que nace de la miseria inherente a la vida, y que llena el mundo, no sea más que un puro accidente y no su misma finalidad. Cierto es que una desdicha particular parece una excepción, pero la desdicha general es la regla. Abrimos camino a la necesidad de una completa revolución de los conceptos arcaicos del dolor y sufrimiento, y de la armonía y amor en el universo.

Ahora bien. Antes de ocuparse, quizás sea necesario despertar, despertar completamente nuevos a este panorama enfermo como una primera condición para apenas entonces emprender algún camino de valor. Asomarse a la vida diaria es delinear el determinismo de la Voluntad. Cierto es que muchas naciones que hoy forman parte de los destructores de vida, tuvieron un pasado floreciente y armonioso, pero quién será responsable, podríamos intervenir sólo al capitalismo?, las injusticias sociales? la revolución tecnológica? mundialización?... preciso es descubrir la extracción que podemos realizar de ello. Pero he aquí un cuestionameinto, nuevamente ¿qué hacer?

Tampoco podemos ser esclavos del análisis. El hombre está contenido en el universo y el universo está contenido en el hombre. Podemos comenzar por contemplar al hombre como una síntesis del universo. Ya lo redactara alguna vez Carl Gustav Jung: el alma no puede ser objeto del juicio y conocimiento, mucho más son el juicio y conocimiento el objeto del alma.