5 sept 2006

El círculo de lectura de Jane Austen

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-“Leer a Jane Austen hace que te den ganas de enamorarte”… es una frase concluyente que se me ha quedado fija del final de El círculo de lectura de Jane Austen; un filme que tuve la oportunidad de ver el año pasado, y que me pareció bastante agradable; lleno de emociones y frescura, y cargado de esas escenas tristes y cómicas que tanto bien hacen a un espectador como yo. El recuerdo de esta cinta me vino a la mente hace un par de días mientras terminaba mi lectura de La Abadía de Northanger; una linda odisea que me acompañó los últimos días del año y que inevitablemente ha concluido, de alguna manera.

Hasta este momento sólo tengo el recuerdo de una función absolutamente inolvidable por aquellos meses y, quizás, todavía el sabor de un guión particularmente atractivo.



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4 sept 2006

La Villanella de Kapsberger

Acaba de llegar desde el viejo continente mi pedido de La Villanella... y es una travesía perceptual lo que me ha provocado esta obra musical; un deleite arquetípico. Se trata de la colección de las Obras vocales e instrumentales de los libros "Villanelle a 1, 2 y 3 voces", '"Intavolatura di chitarrone", "Arie Passegiate a voz solax", y "Sinfonie à quattro con bajo continuo" escritos por Giovanni Girolamo Kapsberger.

G. G. Kapsberger fue un compositor e instrumentista nacido en Circa (Alemania) en 1580 que vivió gran parte de su vida en Italia. Su obra es de una belleza indescriptible y cronológicamente representa no sólo el final del Renacimiento sino el primer tercio del Barroco. Kapsberger cumplió un rol importante como compositor e intérprete en el desarrollo de un estilo virtuoso para los instrumentos pulsados que se caracterizó por el uso de vivos ornamentos. Su música instrumental publicada refleja su estatus de virtuoso y consiste sobretodo de piezas cortas como tocatas, partitas y danzas para chitarrone, laúd o teorba. Asimismo, su música vocal es diversa y las mejores obras son aquellas religiosas, sobretodo las Cantiones Sacrae. El libro en cuestión, el primero de Las Villanelas (1610) contiene también varias canciones en forma de danza.

Kapsberger - La Villanella / Pluhar, Zomer, Vittorio, et al es una grabación mágica

El grupo L'Arpeggiata, bajo la dirección de Christina Pluhar y el sello Alpha records, presenta esta obra con una cautivadora y variada selección que intercala piezas instrumentales inéditas y deslumbrantes en festivas sinfonías y vocales de distinto signo a caballo entre lo conservatorio y lo popular. Monodias con acompañamiento escrito en tabulatura de chitarrone enteramente consagradas al desamor.

Nos encontramos ante una de las obras más finas de Kapsberger y una adaptación vocal extraordinaria.

Aludimos quizás a una especie de autismo trágico romántico descendiendo a una atomósfera sonora que transporta a los restos de una ciudad, quizás ahogada, quizás sofocada, pero definitivamente en ruinas. Donde quizás algún día un fatal atardecer serenó los cantos de hombres solitarios, soberanos, angustiados, pensantes y de otros tantos; dueños de tierras, familias enteras, apadrinados por el trabajo, encolerizados, románticos perdidos, turbios y vulnerables, taciturnos, y descorazonados... como prediciendo tragedias a cámara lenta..

... la Tarantella di Sannicandro es una de las piezas más genuinas de esta grabación; cuyo único inconveniente para el interesado es que es demasiado difícil de conseguir. En fin, La Villanella es una obra magnífica realmente Tentadora.

El beisbolista triste (versión blog)

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Ahí están las muchas cartas, y los muchos reclamos. El desprecio, la ingratitud de años. Ella no lo amará cada día ni compartirán el semanario, no se sentarán y verán a los hijos crecer. Él no terminará nunca de lavar autos y, además, el documento ya está firmado: se llama Divorcio.

El beisbolista triste va sentado en el transporte público, su mirada perdida. Sus pantalones no están aseados, su bigote desalineado. El beisbolista triste va con esa tristeza que sólo reflejan los hombres comunes, corrientes, ordinarios. Se aferra inconscientemente y carga con ella. Mira a los demás con desprecio, como si le debieran algo, pero luego se va quedando dormido entre estaciones del Metro y el sol de domingo. El beisbolista triste incluso es distraído; no se ha levantado a ceder el asiento a la mujer embarazada.

Toma su mochila y se baja en el parque de pelota (más bien un baldío). Se quita los tenis y se pone los spikes que le regalaron hace años; paga su cooperación, intenta ser amable con el juez de primera –quizás uno de estos días vaya a pedirle trabajo en la ferretería-. El beisbolista triste... arrugas, cicatrices, pérdidas... 43 años, aunque parecen más. Y el viejo mascachicles de canas le dice que se apresure, es hora del ¡playball!

Y al entrar al terreno, y al hundir sus spikes entre los kilos de tierra, respirar el polvo, sudar el domingo, el beisbolista triste obtiene el presagio de que todo tiempo (tal como en el juego), simplemente va quedando atrás…

De repente, por 9 entradas, quizás más, el universo está contenido en un Diamante, el universo consiste en un montículo, en jardines, en almohadillas, en los kilos de tierra y el poco pasto, ¡el universo está en el pasto! Sin más realidad, hace lo suyo con el guante, su gorra y la pelota. El beisbolista triste no jugará de tercera (esta vez sí llegó “el tercera”); el beisbolista triste está hoy enel central.

Y no hay caos y no hay ciudad, y no hay campo y no hay iglesia ni tampoco pecado. No hay sobrepeso, no hay crisis económica. No hay suciedad, no hay autos por lavar, no hay mujeres, no hay hijos, no hay diabetes, no hay enfermedad. No hay trenes suburbanos, no hay cortesías, no hay saludos que hacer, no hay salarios que ganar, no hay trabajos… ni peleas maritales.

El beisbolista triste camina, moreno y chaparrito, casi ya calvo con su panza y su bigote, se limpia la boca sudorosa con las mangas; su uniforme tampoco está aseado, pero le gustan los vivos verdes que tiene... El “umpire” grita ¡playball! El beisbolista triste siente una extraña emoción, indecible, inconmensurable. Quería ir a la playa para Navidad; debió ahorrar pero no lo hizo, mas ya no importa, todo eso ha quedado atrás.

El juego comienza, la vida comienza, su cuerpo rejuvenece, los años son sólo respiros, sus ojos, ¡sus ojos toman brillo! Los abre bien, observa todo, observa a todos, saborea el polvo entre los dientes. “El primero al bat” ha tomado el madero –ese maldito muchacho treintón alto y bobo, el mismo que un día lo estampó cuando era “cátcher” provocándole lumbalgia por una semana-.

El lanzador está listo –deseará que lo ponche- ¡Vuelve a abrir grande los ojos! Todo es tan brilloso, ¡sepia brillosa!... su corazón mantenido en un flujo extraordinario se llena, se despliega en un estallido sobrehumano, siente calor y frío, vellos erizos; no sabe que eso se llama Emoción.

A Dios las cosas de Dios, y al beisbol el resto.

Y el beisbolista triste no llora, no dice que está triste, no piensa que está triste; y nadie se atrevería siquiera a llamar a lo suyo, Tristeza. Tan sólo es un beisbolista triste -el adjetivo que le viene mejor-. Y se acomoda su gorra, y las entradas transcurren y... ¡jamás regresará a casa! El juego para él, es eterno, y su vida, cuando llegue su turno de batear, la sentirá de esa manera. Quizás sin pensar, que eso podría llamarse Felicidad. El beisbolista triste es feliz, gracias a nuestro maravilloso juego.