11 mar 2007

Anochecer en Pondicherry

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Es noviembre por la noche, son las ocho, y me voy a dormir. El día de hoy no tengo inspiración, no, me voy a dormir. Hay una nube instalada en mi aliento que hace esta noche cálida helada… simplemente ya siento que hoy no habrá desvelo para escribir. Será una noche larga y fría, aquí en Pondicherry.

Por fuera puedo oír a los niños metiéndose en sus casas, sus madres los llaman. Y pienso cuál de ellos tomó mi listón para el pelo haciendo su broma pesada mientras recogía mi cuaderno. Mi padre conversa con un señor que quiere ser escritor, le ha ofrecido un pago por una revisión: ¡Es una historia sobre los templos y las tierras! le he escuchado decir al hombre, ¡perfectamente exportable!; pero sé que mi padre está cansado y le dirá que regrese mañana, o en una semana. Lo puedo imaginar diciendo: … además no me interesa la exportación; ¡revise muy bien su ortografía!.

El edificio de enfrente está reflejando estas escenas, y expele un olor a humedad que a mi nariz estremece.

La brisa lluviosa del mar, y mi impresión de este anochecer me llevan a una convalecencia mojada de sueño, en que sólo puedo pensar en el nuevo viaje al mundo inmutable; me gustaría una transición lenta, discreta; descubrir más de lo que mi mente imagina.

Y por la mañana, no quisiera darme cuenta de si he despertado, si mis manos han vuelto y si mis pensamientos y mis huesos ya tienen peso, no quisiera saber cuando la brisa salina adherida al sudor de mi cuerpo, lo haga real nuevamente. Ahora voy a soñar… amarro mi cabello, cuelgo mi pequeño vestido en el armario, me deslizo suavemente entre mis cobijas de arena planchada, y mis piernas hormiguean. Soñaré en los tiempos del universo, seré una niña a quien no importará mucho la naturaleza; ni descubrir porqué se inventaron las almohadas y algunas son bordadas; y cómo es que tengo una de ellas bajo mi cabeza.

La noche es cada vez más densa. El puerto se va refugiando en el silencio. Los barcos se anidan en los embarcaderos y sus anéctodas les esperan. Las olas se rompen como deshilvanados cristales. Estrellas cansadas de reflejarse, lo siguen haciendo. Y sobre el muelle, unos enamorados planean sus asuntos sobre el regalo que el amor de vez en cuando deja. Pero eso ya no importa mucho; ya una severa negrura en las alturas pareciera que nos diagnostica a la humanidad entera: son las ocho y media.

En cuanto a mí, la hija del escritor; me gustaría describir esta soporosa sensación de abandono, este venerable agradecimiento, y luego mostrárselo a mi padre y recibir consuelo; pero no tengo las fuerzas, y ya me voy a dormir. Lo he dicho antes ¿verdad?; es que hoy no tengo inspiración para escribir.

Las flores que imaginé se han secado, mi clima permea. Ahora es sólo Pondicherry quien contempla mi cuerpo...
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