3 may 2007

El barquero

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Estoy recostado junto a la ventana, en mi sillón. Embobado con una xilografía, que es nueva para mí y despierta mi atención. Es un atardecer bajo el invierno que está a punto de hacer caer al otoño, al otoño y sus ares y mares de melancolía.
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La visión que tengo desde mi sillón afelpado, es de un cielo blanco impactado por el retumbar de los ruidos de las ciudades, cargado de un aire moderno que para ser sincero, me molesta. Pero aquí estoy yo recostado con la pieza de madera en mis manos y acaricio de repente mis palmas con mis propios dedos, sintiendo mi piel entumecida e impactada por la vida. Y una ola de suavidad que acompaña el terrible peso de mi cuerpo sobre las telas y la opresión que ejerce el cielo sobre éstas, me provoca alusiones discretas.

El último pensamiento se ha detenido surcando una duda como un canal se construye naturalmente luego de una lluvia sobre campos donde sólo yace la tierra convertida en lodazales, llega cargado de la última pregunta que en estos momentos continúa desconcertante: ¿porqué un hombre, y no una mujer? ¿porqué una mujer, y no sólo aire?, y mis manos, las sensaciones, ¿son éstas puras? ¿es esto lo que es digno de ser llamado pureza?
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Limito mis ojos (cierro) dejándome llevar por el sonido del contraste entre lo natural y su desastre; y su alteración: edificios, accesorios, móviles… un orgasmo de necesidades. ¡Ah! Y cómo recuerdo mi escrito sobre las necesidades, ¡si tan sólo pudiera declamarlo mientras surco los aires! Pero es que tampoco he hallado mucho consuelo en la declamación.
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Creo que a este punto me estoy yendo hacia unos lugares poco habitados, y poco acondicionados para ser conocidos. Apartado del contacto: las rutinas, las vidas diarias, las encomiendas, incluso los motivos y las metas, los diseños para la vida que generan pertenencia; consecuencias de las que cualquiera quisiera olvidarse definitivamente.
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La inscripción del madero que siento con mis dedos corresponde a una imagen, que sin embargo al tocar siento que forma una letra. Se queda estampada y me hace desesperar por no saber cómo interpretarle, o si es interpretación lo que desea. Ahora voy más lejos...
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-Un barquero me llamó el otro día cuando yo caminaba a orillas del Tirso: ¡hey muchacha! me dijo, y yo no volteé mi cabeza, seguí caminando y vino a alcanzarme: perdón, joven (reparó al confundir mis cabellos), estamos buscando público para nuestro conferencista, ha viajado a través de los mares para solventar su discurso; un discurso de esperanza y salvación, ¿le gustaría escucharle?. El hombre alto y gordo, un escandinavo con barbas crecidas color mantequilla y sus ojos azules sulfurosos me transmitió honestidad en su palabra, pero se hacía muy tarde para mí y sólo pude decirle: salúdelo de mi parte. Lo único que no recuerdo ahora es el porqué de mi prisa.
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Lo cierto es que cambié de planes y me quedé en el puente Holley escuchando otra conferencia, la conferencia del océano, muy distinta, carente de la voz de una garganta; aunque sin llegar a enajenarme por completo de la naturaleza, he intentado hacerme amigo de la naturaleza, pero me he sentido un poco falso; pues de ella sólo puedo esperar una voluntad algo maltrecha, y tal vez su muerte, y con ella la muerte de la sombra que produce mi delgada corpulencia; alguna especie inevitable de representación.
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Así sucedía hasta que un cambio repentino en el curso de las olas me hizo retornar inmediatamente al puerto: era el barco con su tripulación que partían, y el hombre desde lo lejos me decía Adiós agitando sus brazos con amabilidad y una sorpresa, supongo, de volver a encontrarme. ¡Que agradable fue, sentir que no me trató ni como hombre, ni como mujer! Algunas escasas personas no pueden ser despreciables; la mayoría de ellas, son barqueros.
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Pero ahora, justo ahora… regreso...
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Al escuchar este vociferar de ciudad desde la ventana de mi apartamento me siento muy distraído con cosas pasajeras: como esperar por la hora de tomar café en la terraza o aguardar la noche para formar una pintura imaginaria en mi mente de las luces reflejándose en las montañas...
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Ahora la tarde pierde y el otoño cede (anochece). Vuelvo con la frente encerrada en pensamientos que de cualquier manera me atraparían. La vida sigue sin parecer cosa digna, pero siento que no puedo abandonar sensaciones como ésta: mi cuerpo formando un hueco en el sillón, el cielo perdiendo el blanco y haciéndose gris, naranja, rojo y negro, y la novedad de la joven apariencia de mis dedos renovados a través de un ciclo de existencias para el que anhelamos clausura.
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Pertenecer es una odiosa colisión de sensaciones. Me quedo por fin tranquilo con la decisión de no declamar y la impresión de nada, acariciando solamente mis palmas y sintiendo variaciones climáticas, las horas transcurriendo. Quizás Holley fue derrumbado hace doscientos años y Tirso se ha secado; pero las aves que por la mañana cantaban frente a la ventana de mi apartamento todavía se mueven, aunque por la noche ya no cantan; parecen sorprendidas de no haber sido asesinadas, ¿es igualmente digna la muerte por asesinato?
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De regreso esta duda delinea no sólo mis ideas, sino que me ha provocado un hambre que pretendo desaparecer con café africano y queso amargo de Bombay. Y mientras voy reinaugurando lentamente los ojos (abriendo) y me reacomodo en el sofá, la tablilla de madera entre mis dedos revela un significado imprevisto...

... Yo a este transcurrir lo conozco, y haría cualquier cosa por no tener que moverme para recibirlo. Pero las luces de noche en la ciudad ya se encienden y formarán con certeza otra alucinación... No atenderé de nuevo al barquero, y no asistiré sus amables referencias. Me quedaré tranquilo en casa, junto a la ventana, escuchando el desperdicio de lo que somos, inspirado sólo por la belleza; el valor sutil de la fragilidad. Y sabiendo de la amabilidad del barquero en cuyo gesto confío, otorgaré un significado a la pieza de madera, apartando de ella mis dedos con lentitud: ¡Tantas cosas en el mundo, y tan inmenso el universo. Y lo único digno es la belleza; y nosotros queriendo hacer de ella una letra, que conforme una palabra, ¡que pueda ser recitada!
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4 comentarios:

Sofia dijo...

Perdona mi intromisión de esta manera, pero es tristeza lo que escurre entre esas letras? La belleza es sólo una de las cosas que valen la pena y nos mantienen aún por estos lados, pero hay más, aún creo que hay más. Las mismas personas, como tu amable barquero, son universos inmensos, y me he encontrado muchas veces, viendo belleza en ellos, ahí donde no pensé que la había.
Se esconde... o somos medios ciegos todos.

Saludos.

-Silencio- dijo...

Wow... ehmm este es uno de pocos escritos que me dejan sin palabras... que se comen mi opinión... Simplemente hermoso... triste.. pero bien definido...

Me encantó...

Un saludo...

alida dijo...

Bello escrito con melancolía pero así y todo es espectacular
Saludos!!!

Anónimo dijo...

que pensamientos tan profundos y bien redactados, es bonito sentir que alguien puede describir tan minuciosa y bellamente lo que le ronda la cabeza. me gusto mucho tu blog, gracias por el comentario en el mio, seguire visitando tu rinconcito.
bsos
lidia